domingo, 28 de abril de 2013

NADIA COMANECI, La mejor gimnasta del siglo XX


El 18 de julio de 1976, durante los Juegos Olímpicos celebrados en Montreal, tuvo lugar un acontecimiento que jamás había sucedido en la historia de la gimnasia olímpica. Ese día, una atleta rumana de sólo catorce años, llamada Nadia Comaneci, consiguió un 10 de valoración en un ejercicio de barras asimétricas. En aquel momento dio comienzo la leyenda de la que todavía hoy día es considerada por muchos como la mejor gimnasta de todos los tiempos.

PRIMEROS TRIUNFOS

Nadia Comaneci nació en Onesti (Rumania), una ciudad de tamaño medio situada al pie de la cordillera de los Cárpatos, el 12 de noviembre de 1961. De familia humilde, su padre era mecánico y su madre trabajaba en una oficina. A la edad de seis años, como tantas otras niñas rumanas, comenzó a practicar la gimnasia y en su debut como atleta, en el primer Campeonato Nacional Infantil, quedó tercera. Sin embargo, al año siguiente, la pequeña Nadia ya ganó todas las competiciones nacionales en las que participó, convirtiéndose en la primera gimnasta de su país. En estos momentos ya entrenaba entre cinco y seis horas diarias.



Además de poseer unas innatas condiciones extraordinarias para la gimnasia deportiva, Nadia ya mostraba una disciplina de hierro, una capacidad de trabajo excepcional, además de una enorme ambición por ser la número uno. No resultó extraño, por tanto, que fuera reclutada por el prestigioso entrenador Bela Karoly quien, junto con su esposa Marta, eran considerados los preparadores más célebres del país, siendo responsables por aquel entonces del equipo nacional de Rumanía.
 
En 1971, la joven Nadia obtiene su primer triunfo internacional en la Copa de la Amistad en Bulgaria. Será al año siguiente, sin embargo, cuando los técnicos de todo el mundo se fijen en ella al conseguir dos medallas de oro en la Copa de las esperanzas olímpicas, en Sofía, y con sólo once años. Ello provocó que, promovido por los soviéticos, se impidiese la participación de Comaneci en varias competiciones, con la disculpa de la edad.




RIVALIDAD CON LAS SOVIÉTICAS

En 1975, a los trece años, Nadia apabulló a las soviéticas en la prueba individual de los Campeonatos de Europa celebrado en Skien, Noruega, ganando tres medallas de oro y una de plata. Hay que recordar que, desde el fin de la segunda guerra mundial, Rumanía había pasado a ser un país satélite de la entonces todopoderosa U.R.S.S. y no estaba nada bien visto desde Moscú que un atleta no soviética destacara tanto y con tanta diferencia de las gimnastas “oficiales” del régimen. Este hecho provocó más de un problema con Nadia y su equipo a lo largo de su carrera.
 
Las anteriores victorias, además de la que consiguió en el Torneo de Campeones de Londres, hicieron que llegara a los Juegos Olímpicos de Montreal como ligera favorita. El año finalizó con la elección de Nadia como atleta del año por la Associated Press.




EL HADA DE MONTREAL

En los Juegos Olímpicos de Montreal 76, Nadia Comaneci se ganó el corazón y la admiración de todos los espectadores, incluso de aquellos que no se habían interesado nunca por la gimnasia deportiva. La volátil y graciosa figura de aquella jovencita de dulce rostro, volando literalmente sobre los aparatos, no sólo cautivó a la gente, sino que sirvió también para demostrar que la gimnasia no es una ecuación que se reduce a fuerza, potencia y velocidad. Lo que la gente entonces contemplaba asombrada era también ligereza, equilibrio y armonía.
 
Se dio la anécdota de que, dado que el marcador electrónico no estaba preparado para valorar un 10, tanto Nadia como su entrenador y el resto del equipo, creyeron por un momento que la gimnasta había conseguido la peor nota posible después de haber finalizado el ejercicio de barras asimétricas.
 


Sobre la barra de equilibrio, Nadia recolectó tres dieces después de unos saltos mortales totalmente desconocidos e innovadores para la época. En las barras asimétricas anotó dos notas máximas más, en la competición individual y por equipo. A pesar de tantos triunfos, la gimnasta rumana jamás permitía que su rostro mostrara demasiada alegría o satisfacción.
 
En la competición individual fue primera con más de 0,600 puntos de ventaja sobre la segunda. Con el equipo rumano fue medalla de plata. También fue medalla de oro en barra de equilibrio y en asimétricas, bronce en suelo y cuarta en salto. Fue la medallista más joven de toda la historia de los Juegos, ya que ganó su primera medalla de oro a los catorce años. La joven gimnasta rumana se convirtió así en la novia de Montreal.
 




RETORNO TRIUNFAL Y CAMBIOS


Cuando regresó a Bucarest, el dictador Nicolas Ceaucescu le dispensó un recibimiento apoteósico, digno de una gloria nacional pues hizo imprimir tarjetas postales con su cara y la nombró "héroe del trabajo socialista". Además, le regaló un pequeño Fiat, un chalet y una asignación mensual de 500 dólares. Su cuerpo, como no podía ser de otra forma, se fue transformando. Nadia cada vez soportaba peor el entrenamiento. Comía demasiado, ganaba peso y perdía flexibilidad. De esta manera, cuando en 1978 se presentó en los Campeonatos del Mundo, era ya una mujer con un problema prioritario: lograr mantener a toda costa su cuerpo de niña. Unicamente obtuvo el título en la barra de equilibrio. Sin embargo, va a conseguir en este periodo algo que todavía nadie había conseguido: ganar tres campeonatos de Europa consecutivos.

En los Juegos de Moscú 80 todavía consiguió la medalla de oro en la barra de equilibrio y la de plata en el ejercicio individual, en el concurso por equipos y en los ejercicios de suelo. Se suele afirmar que la parcialidad de los jueces soviéticos le privó de más medallas, aunque en las barras asimétricas se precipitó contra el suelo. Nadia dijo adiós a la gimnasia en 1981, logrando el título por equipos y absoluto en el Campeonato Mundial Universitario.



 
RETIRADA

Tras su retirada, Nadia continúa su vida en su chalet de Bucarest con su madre y su hermano, pues sus padres hacía tiempo que se habían divorciado. Sólo sale de casa para asistir a las fiestas de los Ceaucescu, e inevitablemente va a parar a los brazos de Nicu, hijo menor del dictador y "play-boy" oficial del régimen. Con él mantiene una relación tormentosa y turbulenta, en la que parece ser que la golpeaba a menudo.
 
En 1989 conocerá a Constantin Panait, un rumano que vivía en Florida, y se enamora de él. Protagonizan una fuga rocambolesca tras cruzar a pie la frontera con Hungría y pedir asilo en la embajada de Estados Unidos. Aquello supuso un golpe para el régimen comunista rumano. Una vez en el país norteamericano, Panait vuelve con su mujer y sus hijos, y Nadia se traslada a Montreal, donde vivió durante un año.
 
Finalmente se traslada a Oklahoma, Estados Unidos, con su nueva pareja, el también gimnasta Bart Conner, con el que funda y promueve una escuela de gimnasia que lleva el nombre del estadounidense, con mil alumnos y treinta y cinco entrenadores. En noviembre de 1994, cinco años después de su huida, Nadia regresó de visita a su país. En marzo de 2000 fue declarada mejor gimnasta femenina del siglo XX por la Federación Internacional de Gimnasia.




EN LA ACTUALIDAD

Actualmente continúa vinculada con el mundo de la gimnasia mientras se ocupa de diversas obras de caridad en todo el mundo. Ella y su esposo son propietarios de la Academia Conner de Gimnasia, la Compañía para Producir el 10 Perfecto y de algunas tiendas de material deportivo. Ambos publican la International Gymnast Magazine ( Revista Internacional de Gimnasia).
 
Nadia Comaneci es vicepresidenta del Consejo de Dirección de Olimpíadas Especiales, Presidenta de Honor de la Federación Rumana de Gimnasia, Presidenta Honorífica del Comité Olímpico Rumano, Embajadora de Deportes de Rumania, vicepresidenta del consejo de Dirección de la Asociación para la Distrofia Muscular y miembro de la Fundación de la Federación Internacional de Gimnasia. Ha recibido dos veces la condecoración de la Orden Olímpica de manos del Comité Olímpico Internacional, y ha puesto en marcha en Bucarest una clínica de misericordia para ayudar a los niños huérfanos.
 
En diciembre de 2003 salió a la luz su primer libro, Cartas a una gimnasta joven. Fue comentarista para la cadena Televisa de México en la retransmisión de los Juegos Olímpicos de Atenas 2004, Beijing 2008 y Londres 2012. En febrero de 2006, tras diez años de matrimonio, anuncia que está embarazada y que va a tener su primer hijo. El niño, nacido en junio, se llama Dylan Paul. Nadia Comaneci continúa viviendo en Estados Unidos. Recientemente se publicó un documental en el que confiesa que en su pasado, muchas personas abusaron de ella con la condición de seguirla apoyando en su carrera como gimnasta.



Nadia Comaneci en los Juegos Olímpicos de Montreal 1976






Fuentes:
http://www.historiadeldeporte.es/pages/leyendas/comaneci.php http://es.wikipedia.org/wiki/Nadia_Com%C4%83neci
http://www.mundodeportivo.com/20130208/nadia-comaneci-el-hada-de-montreal_54358355714.html#ixzz2RmOFhNvD

AIXA LA HORRA


 
SULTANA DE GRANADA


Aïsha bin Muhammad ibn al-Ahmar, apodada «la Horra» («la Honesta») y conocida en la tradición española como Aixa, fue una reina granadina, madre del último rey de la Granada nazarí, que tuvo un destacado protagonismo en la historia y la crisis interna que sufre, durante la segunda mitad del siglo XV, el último reino islámico de la Península Ibérica. Mujer enérgica y de carácter fuerte, a quien por su acusada personalidad se le atribuye un genio viril, fue capaz de tomar importantes decisiones que influyeron en la evolución política del reino, para asegurarse la sucesión de su hijo primogénito al trono de la Granada nazarí. Aixa luchó por sus derechos y los de sus hijos con una firmeza inusual en una mujer del siglo XV, una lucha que la literatura romántica convirtió en un drama de pasiones, celos y venganzas.

Al parecer, Aixa era hija del rey de Granada Muhammad X el Cojo, aunque según algunos autores lo era de Muhammad IX el Zurdo. En todo caso, procedía de la familia real de Granada y debía de gozar de considerable patrimonio y prestigio por sí misma, que explicarían su notable influencia pública posterior. Según un documento aportado por Luis Seco de Lucena, recibió de su hermana Umm al-Fath la alquería de Sujayra (hoy Zujaira), que vendería el 3 de octubre de 1492 al caballero cristiano Luis de Valdivia por el precio de dos mil quinientos reales de plata, alquería que pasaría luego a ser propiedad de los Reyes Católicos. En la misma ciudad de Granada, poseía el palacio de Dar al-Horra y, en las afueras, Alcázar Genil, lugares donde pasaba sus períodos de recreo.



 
LA LLEGADA DE ZORAYA

Aixa fue durante unos veinte años la sultana consorte del rey Abu l-Hasan Alí, conocido como Muley Hacén en las crónicas cristianas, con el que tuvo dos hijos varones, Abu Abd Allah Muhammad (conocido como Boabdil) y Abu-l-Hayyay Yusuf, y una hija llamada Aixa. Pero el sultán se enamoró de una hermosísima cristiana a la que sus tropas habían hecho cautiva en una de sus correrías por tierras andaluzas. Esa cristiana se llamaba Isabel de Solís y era hija del comendador Sancho Jiménez de Solís. Por su parte, la bella cautiva no se mostró indiferente al cerco amoroso de Muley Hacén, pues se convirtió al islamismo cambiando su nombre cristiano por el de Zoraya, que significa Lucero del Alba.
 
Zoraya acabó por desbancar a Aixa de la condición de sultana y confinarla en habitaciones menos regias. La antigua cristiana se había convertido en la nueva esposa del sultán y en su harén, la favorita. Muley Hacén tuvo dos hijos varones con su lucero del Alba. Los celos, la rivalidad con Zoraya, el temor por la sucesión de sus hijos, junto con la desconfianza ante las intenciones del sultán, instaron a Aixa a participar, con la facción aristocrática de los Abencerrajes, en una conspiración para destronar a su esposo y poner en su lugar a su hijo Boabdil. Con motivo de una revuelta de los seguidores de Boabdil, éste fue encarcelado junto con Aixa en la Alhambra; al poco tiempo consiguió escapar con la ayuda de las doncellas de su madre y reunirse con sus partidarios, a los cuales convocó en Guadix. Desde allí marchó sobre la ciudad de Granada, donde fue reconocido soberano en 1482 por los abencerrajes.




LA CAPTURA DE BOABDIL

Aixa volvió a intervenir con tenacidad y firmeza en 1483, cuando su hijo cayó prisionero de los cristianos en la batalla de Lucena, y ella negoció su liberación. Dos habían sido los principales capitanes cristianos en aquella tan decisiva victoria: el conde de Cabra y el alcaide de los Donceles. Y el suceso pronto se entendió en la Corte de los Reyes Católicos que había que aprovecharlo. Había que tomar una pronta decisión sobre el regio prisionero: o bien se le mantenía cautivo, o bien se le dejaba en libertad, bajo ciertas condiciones. Un dilema en el que entraba la dividida familia real granadina.
 
Muley Hacén, que por lo pronto había podido recuperar la Alhambra, relegando a Aixa a su refugio de Almería, instaba por el cautiverio de su hijo, ofreciendo grandes cosas a los Reyes Católicos: treguas, por supuesto, parias y además la liberación de no pocos cautivos. Frente a los deseos del sultán se encontraba Aixa, que en su afán de liberar a su hijo prometía que se convertiría en vasallo de los poderosos reyes cristianos, que pagaría un cuantioso rescate y, por supuesto, también que accedería a la liberación de cautivos. Incluso se llegaba a más: a ofrecer que se acudiría con setecientas lanzas a la llamada del rey Fernando de Aragón, en las incursiones que hiciera contra Muley Hacén.
 
Y el rey Fernando lo vio claro. Lo mejor para la causa cristiana era mantener la división dentro del reino nazarí, el enfrentamiento entre padre e hijo. Y era evidente que eso solo se conseguiría devolviendo la libertad a Boabdil, pues en caso contrario Muley Hacén no tardaría en hacerse con todo el reino granadino. La reina Isabel de Castilla se inclinó por aquella misma alternativa: la liberación de Boabdil.
 
 

 
 
EL EXILIO

Poco se sabe de la vida de la sultana Aixa en los siguientes años, pero debió de seguir y de implicarse muy de cerca en los agitados y decisivos acontecimientos que estaban teniendo lugar en Granada: las pretensiones al trono de su cuñado El Zagal y el hostigamiento constante de las tropas cristianas. Aixa se convirtió en el alma de la resistencia contra éstas.
 
Cuando la ciudad de Granada se rindió a los Reyes Católicos el 2 de enero de 1492, Aixa la Horra partió al exilio con su hijo, primero al señorío de Andarax, en la Alpujarra, y después, en octubre de 1493, a la ciudad marroquí de Fez, donde seguramente le sobrevendría la muerte.
 
Cuenta la leyenda que cuando iban camino de las Alpujarras, Boabdil detuvo su caballo sobre una colina, desde la que se divisaba la ciudad recién perdida, y volvió la vista atrás llorando para contemplar Granada por última vez. Fue entonces cuando Aixa le dijo: "llora como una mujer lo que no supiste defender como un hombre".


Fuentes:
FERNANDEZ ALVAREZ, MANUEL. Isabel La Católica. Espasa Calpe S.A., 2006 http://www.andalucia.cc/viva/mujer/aavgrana.html#Aixa
http://www.mcnbiografias.com/app-bio/do/show?key=boabdil-el-chico
Imágenes pertenecientes a la segunda temporada de la serie "Isabel", de Diagonal TV.

sábado, 27 de abril de 2013

MARIA LA BALTEIRA, La célebre soldadeira medieval


Las soldadeiras proliferaron en la ya lejana época oscura que llamamos Edad Media y formaban parte de la tradición lírica medieval galaico-portuguesa. Las de mayor prestigio y belleza estaban adscritas a la Corte y tenían como principal oficio el de cantar y bailar ante reyes, nobles, cortesanos, recibiendo una soldada como pago a sus servicios. Iban acompañadas por una covilheira (sirvienta íntima o camarera), quien ejercía también de alcahueta o celestina. María Pérez, conocida como La Balteira, fue la más famosa y cotizada soldadeira.
 
Se sabe que María Pérez procedía de una familia noble gallega y al parecer había nacido en la tierra coruñesa de Betanzos. Siendo una mujer hidalga y con bienes propios eligió una profesión que no estaba demasiado bien vista y que para muchos estaba cerca de la prostitución. Rechazó vivir según los dictados de su tiempo, las alternativas que se le ofrecían era casarse o ingresar en un convento, y prefirió ser soldadeira.



Mujer de extraordinaria belleza, no solo cantaba y bailaba muy bien, sino que manejaba con maestría algunos instrumentos musicales como la viola, la guitarra, las castañuelas y el pandero, tal como aparece reflejada en las ilustraciones del cancioneiro de Ajuda. Además fue compositora de obras sacras. El amor era el tema de sus trovas, aunque ella utilizaba un lenguaje distinto al del amor cortés de los trovadores, ya que no idealizaba la relación amorosa. Aunque conocida ya en la Corte en los últimos años del reinado de Fernando III el Santo, rey de Castilla y León; su belleza, arte y vida escandalosa brillaron sobre todo bajo Alfonso X el Sabio, el hijo del anterior rey.
 
Como era de esperar, los prejuicios chocaron frontalmente con la manera de ser y las ansias de libertad de María, a la que algunas crónicas señalan como una mujer paradigma de todos los vicios y amiga de romper leyes y costumbres. Se forjó una fama de mujer irresistible, inmoral y jugadora. Dicen que no le importaba lo más mínimo competir con hombres en concursos de ballesta, jugaba con ellos a los dados, "hacía trampas en el juego y era libre de yacer tanto con clérigos como con seglares". Quince cantigas fueron dedicadas a ella por once trovadores diferentes, entre los que se encuentra el propio Alfonso X el Sabio, que relatan sus andanzas y amoríos con no poca burla y escarnio.



Por un documento de 1257 sabemos que María Pérez se disponía a emprender un viaje a Tierra Santa. Por este motivo hace unas concesiones al monasterio cisterciense de Sobrado, de unas tierras heredadas de su madre y los servicios que ella misma en persona se obligaba a prestar a los monjes «como familiar e amiga», a cambio de recibir una renta vitalicia y, a su muerte, un honorífico entierro. Al parecer —y según los testimonios de los poetas— si que fue a Palestina; o, por lo menos, parece que una mujer llamada Balteira y que se suele identificar con María Pérez, regresó de un viaje de lejanas tierras.
 
Con su habilidad en el canto, la danza, la poesía y otras artes más tiernas siguió enamorando a juglares y poetas. Mujer dinámica y andariega, acompaña a las huestes del rey, comparte sus campamentos y las zozobras del combate y alegra con sus gracias las duras jornadas de los guerreros. Los últimos destellos de su singular personalidad se admiraron durante la azarosa campaña de Andalucía de 1262 a 1265.



En conexión con una conspiración de la nobleza castellana contra Alfonso X, se produjo por esos años una sublevación de los reyes moros de Murcia y de Granada, tributarios ambos de Castilla. Los rebeldes de Murcia fueron sojuzgados por Jaime I de Aragón, en un generoso gesto de solidaridad. De la sumisión de Granada se ocupó el mismo Alfonso. Consta en documentos históricos que la Balteira contribuyó de manera especial y personalísima al triunfo de su soberano.
 
Recordando el dicho de «divide y vencerás», Alfonso X concibió el proyecto de debilitar al rey granadino provocando la escisión de los malagueños. Para ello envió una embajada secreta, en la que figuraba María Pérez, para que se entrevistase con los hermanos Beni Escaliola o Axkilula, caudillos árabes de Málaga, Guádix y Comares. Los Beni Escaliola se resistieron por un tiempo a pactar con Castilla. La Balteira tuvo que poner toda la carne en el asador. Aseguran los cronistas que para lograr su propósito hubo de seducir a uno de los Escaliola.
 
La victoria se celebró con toda suerte de poemas conmemorativos. La popularidad de la Balteira alcanzó proporciones increíbles también en Andalucía. Cuando la gente pedía noticias de la frontera, lo primero que preguntaba era sobre las andanzas de María Pérez. El rey recompensó con esplendidez sus servicios. Como corresponde a su legendaria vida, nada se sabe de su muerte y enterramiento. Cansada, enferma y arrepentida de su vida de pecado, la Balteira se retiró a su Galicia natal.


Fuentes:
http://bibliotecagonzalodeberceo.blogspot.com.es/2013/01/maria-perez-balteira-y-alfonso-x.html
http://www.elcorreogallego.es/index.php?idMenu=11&idNoticia=325384 http://ifc.dpz.es/recursos/publicaciones/10/15/01alvar.pdf

miércoles, 24 de abril de 2013

CRISTINA DE SUECIA -Sexta parte y última-



REINA SIN TRONO

En abril de 1667 pisó por fin suelo sueco, donde fue recibida con todos los honores, pero con grandes precauciones por parte del gobierno, que le exigió abstenerse de asistir a cultos católicos en la embajada de Francia. Sus propósitos de volver al trono no encontraron apoyos, por lo que abandonó definitivamente su país en el mes de junio. En Hamburgo se enteró del fallecimiento del papa Alejandro VII y de la elección de Clemente IX, que había nombrado al cardenal Azzolino como su secretario de Estado. También de que había quedado vacante el trono de Polonia por la muerte de Juan Casimiro II, el último rey de los Vasa, por lo que forjó el plan de reclamar para sí aquella corona, admitiendo en ese caso la posibilidad de contraer matrimonio, pero los polacos rechazaron sus pretensiones y eligieron otro pretendiente.

REGRESO A ROMA

Finalmente, en noviembre de 1668 llegó a Roma, instalándose en el palacio Riario. Aquí pasaría el resto de su vida. El nuevo pontífice le brindó una calurosa bienvenida y desde el primer instante le dejó patente la simpatía que sentía hacia ella. También interesado en las artes, le otorgó una renta anual para ayudarla en sus proyectos culturales. Cristina pudo así aumentar sus colecciones de pinturas, esculturas, tapices y libros para su valiosa biblioteca. Compraba mucho, sobre todo obras de temas clásicos y mitológicos; tuvo uno de los primeros gabinetes de monedas y medallas y no dudó en recurrir a procedimientos poco ortodoxos cuando algún objeto de su interés se cruzaba en su camino. Ella misma hizo acuñar monedas con su retrato y algún símbolo o lema en el reverso alusivo a su persona. En poco tiempo, en los salones de su palacio reunió de nuevo a artistas, científicos e intelectuales. Interesada por la alquimia y la astronomía, se hizo construir un observatorio en su palacio, donde pasaba horas mirando el cielo.



 
MECENAZGO

Cristina fundaría la Academia de las Artes y Ciencias y el primer teatro público de la ciudad. Consiguió que el Papa levantara la prohibición a que las mujeres actuasen en los espectáculos artísticos, donde los papeles femeninos eran interpretados por los castratos. Con su mecenazgo, apoyó a músicos importantes para que desarrollasen su carrera artística, e interesada por la arqueología, financió algunas excavaciones. Su fantástica colección de esculturas reunió más de un centenar de piezas, parte de las cuales fueron compradas por Felipe V de España y su esposa Isabel de Farnesio. En la última etapa de su azarosa vida, Cristina volvió a ser la legendaria y muy admirada Minerva del Norte. Se dedicaba a escribir, estudiar, leer y escuchar música. Las pocas veces que salía de su palacio lo hacía en una carroza dorada, desde donde arrojaba dulces y monedas a los vecinos.

TENSA RELACIÓN CON INOCENCIO XI

La elección en 1676 del nuevo Papa Inocencio XI, un reformador administrativo y opositor a Luis XIV, traería un cambio en la situación de Cristina. Sus relaciones con el nuevo pontífice fueron muy tensas. El Papa le negó su asignación anual de 12.000 escudos y se opuso a su proyecto teatral, buscando el cierre de éste. Cristina respondió con una dura campaña, que hizo finalmente que Inocencio XI abandonara el intento. De carácter librepensador, Cristina tampoco dudó en oponerse a las persecuciones religiosas, y así lo hizo, publicando en 1686 un manifiesto donde defendía a los judíos de Roma. También criticó duramente a Luis XIV por las persecuciones a los hugonotes en 1685. En sentido contrario, todavía poco antes de su muerte, abogó ante Guillermo III de Orange a favor de la minoría católica.


Inocencio XI


LOS ÚLTIMOS AÑOS

Los últimos años de su vida reflejan un interesante proceso hacia una religiosidad intimista, muy en la línea del quietismo francés y de los místicos españoles, con uno de los cuales, Miguel de Molinos, mantuvo relación epistolar, pero rechazando cualquier exceso. En esta, como en otras cuestiones doctrinales, fue fiel a la ortodoxia de la iglesia a la que se había convertido, aunque ello no impidió que hasta el final fuera crítica con sus representantes y mantuviera frecuentes conflictos con el Papa por cuestiones jurisdiccionales, ya que se resistió a perder el privilegio de extraterritorialidad del que disfrutaba. También seguía participando apasionadamente en las disputas hispano-francesas del momento, oscilando con frecuencia de un lado a otro e intentando mediar por la paz de una Europa cada vez más amenazada por las pretensiones del Rey Sol.
 
La última década estuvo marcada por las dificultades económicas. Sus ingresos se vieron mermados por el estado de guerra en Suecia. Sin embargo, Carlos XI hizo lo posible por mantener el compromiso económico con ella. La falta de recursos la obligó a terminar con algunos de sus mecenazgos, siendo el de Arcangelo Corelli, su maestro de capilla, el más notorio. Su salud comenzó a deteriorarse y pasaba la mayor parte de su tiempo escribiendo. Sus diferencias con el Papa Inocencio XI se agudizaron. Algún tiempo antes de su muerte, un visitante francés escribió una descripción de la legendaria reina de Suecia:
 
"Tiene más de sesenta años de edad, decididamente pequeña, muy robusta y rechoncha. Su piel, voz y facciones son masculinos: nariz grande, grandes ojos azules, cejas rubias, una doble barba con vello y un levemente prominente labio inferior. Su cabello es castaño claro, un palmo de largo, empolvado y sin peinar. Su expresión es amistosa y sus modales muy obsequiosos. Su indumentaria se compone de una chaqueta masculina ajustada, de satín negro, que le alcanza las rodillas y abotonada en el frente. Usa una falda negra corta que muestra su calzado masculino. Una gran cinta negra ocupa el lugar del pañuelo al cuello. Un cinturón sobre su chaqueta le ajusta el vientre, haciendo más notoria su redondez."
 




EL FINAL DE UNA MUJER SINGULAR


En los primeros meses de 1689, Cristina comenzó a sentirse muy enferma. El 13 de febrero sufrió un desmayo, que se repitió tres días más tarde. Cuando parecía que iba a morir y ya había recibido la Extremaunción, se recuperó. El 1 de marzo escribió muy serena su testamento, nombrando a su apreciado cardenal Azzolino como su heredero universal. También le escribió una carta a Inocencio XI solicitando con humildad su perdón por las diferencias que habían tenido. El Papa, que también se encontraba enfermo, recibió la misiva con emoción y le respondió, por medio de un cardenal, que daba por terminadas sus diferencias y le daba la absolución.
 
El 14 de abril, a sus sesenta y tres años, Cristina de Suecia moría en su lecho, en la única compañía del cardenal Azzolino y de su confesor. En su testamento escribió que deseaba ser amortajada de blanco y sepultada en el panteón de Agripa, sin que su cuerpo fuera exhibido y en una ceremonia sencilla. Su epitafio debería ser tallado en una piedra sencilla y sólo con la inscripción: D.O.M. Vixit Christina annos LXIII. Sus últimas voluntades no fueron obedecidas.


Monumento a la reina Cristina de Suecia en la Basílica de San Pedro, Roma


El cardenal Azzolino y el Papa Inocencio XI decidieron dar a Cristina de Suecia un funeral de Estado. Su cuerpo amortajado se expuso durante tres días en su palacio para recibir los últimos respetos de numerosos visitantes. Al atardecer del 22 de abril, en un carro abierto, fue trasladada en un cortejo iluminado por antorchas y rodeada de su guardia palaciega, a una iglesia designada por el cardenal. Al siguiente día se celebró una misa de responso en presencia de todo el colegio cardenalicio. Terminada ésta, se inició una enorme procesión que llevaría los restos de la reina hasta la Basílica de San Pedro en el Vaticano, un honor solo reservado a los Papas y a unos pocos monarcas.
 
Allí fue depositado su cuerpo en un ataúd de ciprés junto a su corona y cetro. El ataúd, a su vez, fue colocado en otro de plomo y, finalmente, en otro ataúd de madera. Éste fue depositado en las llamadas Grotte vecchie (Grutas viejas), en la nave central de la Basílica. Su sepulcro fue sellado con argamasa y posteriormente se le agregó el epitafio: D.O.M. Corpus Christinae Alexadrae Gothorum Suecorum Vandalorumque Reginae Obiit die XIX Aprilis MDCLXXXIX.
 
El rechazo de Cristina de Suecia a su feminidad había sido tal, que a su muerte se le practicaron diversas autopsias para determinar su supuesto carácter híbrido. Su lema, "he nacido libre, he vivido libre y moriré libre", hubiera sido su mejor epitafio. Unos meses más tarde, falleció también en Roma su amigo y heredero el cardenal Azzolino, a quien había encargado que revisara y destruyera su correspondencia.

Fuentes:
MORATÓ,CRISTINA. La Apasionante vida de siete Reinas de Leyenda. Suplemento Revista Hola
http://es.scribd.com/doc/75591028/Dossier-064-Cristina-de-Suecia-Reina-y-Rebelde http://es.wikipedia.org/wiki/Cristina_de_Suecia

martes, 23 de abril de 2013

CRISTINA DE SUECIA -Quinta parte-


 
VIAJE A FRANCIA

Cuando la situación se encontraba al límite, el Vaticano recomendó a Cristina de Suecia que cambiara de aires y le sugirió que visitara Francia. La ex reina reunió dinero para su viaje vendiendo su carroza y sus magníficos caballos. También empeñó algunas joyas y varios diamantes de su propiedad. El Papa le envió como regalo 10.000 escudos y una bolsa llena de medallas de oro y de plata, de las que habían sido acuñadas para conmemorar su llegada a Roma. También puso a su disposición cuatro galeras para llevarla a ella y a sus acompañantes hasta su nuevo destino. El 19 de julio, Cristina, desconsolada y llorando, partió de Roma seguida de un reducido y poco distinguido séquito.

Dos meses más tarde, Cristina de Suecia entraba en París a lomos de un hermoso corcel blanco cubierto con una gualdrapa bordada en oro y plata, Unicornio, un regalo del duque de Guisa. La extraordinaria Cristina desprecia con arrogancia el carruaje que le ofrecen y llega a caballo hasta la Place Royale, donde la espera la Corte: Enriqueta de Inglaterra y las princesas de Conti y de Orange, entre otros personajes. En Francia, la curiosidad por la ex reina de Suecia no conocía límites y fue recibida con gran pompa y ceremonia. En las calles, miles de personas se agolpaban para ver a la célebre dama. Durante una semana, París festejó por todo lo alto a su más ilustre visitante. Cristina se entrevistó con personajes ilustres y hombres de letras, visitó monumentos y las bibliotecas más renombradas.
 

 
Luis XIV de Francia por Charles Le Brun

 
A mediados de septiembre, Cristina se desplazó de París a Compiègne, donde la Corte tenía su residencia. Allí fue recibida de manera oficial por el joven rey Luis XIV, que tenía entonces dieciocho años, por la reina madre Ana de Austria y toda la Corte. La ex reina sueca compareció vestida de una forma extravagante, mal peinada, con la cara cubierta de sudor y de polvo. Esta mujer totalmente extraordinaria, según mademoiselle de Montpensier, que la califica de “egipcia” y de “reina gótica”, blasfema como un carretero, se echa en el primer sillón que encuentra, se hace desvestir en Compiègne por los criados de Luis XIV y asombra a los cortesanos, unas veces por sus modales y otras por su ingenio.
 
Cristina de Suecia, siempre que tuvo ocasión, mantuvo relación con aquellas mujeres de su tiempo que supieron distinguirse por su personalidad y sus conocimientos, como la erudita Anna María Schurmann, Mademoiselle de Montpensier o Madeleine de Scudéry, la escritora amiga de Madame de Sevigné, con quien se siguió escribiendo hasta el final de su vida. También despertó su curiosidad Ninon de Lenclos, la célebre cortesana parisina, tan famosa por su vida desenfadada como por su cultura. Por orden de Ana de Austria, la cortesana fue encarcelada en un convento. Cristina, informada de su detención por el mariscal d’Albret, quiso conocer personalmente a una mujer cuya reputación intelectual llegaba entonces a todos los rincones de Europa y fue a visitarla al convento. Impresionada por el agudo intelecto de la cortesana, Cristina de Suecia le pidió a Luis XIV su inmediata liberación.
 


El cardenal Mazarino por Pierre Mignard


LA EJECUCIÓN DE MONALDESCHI

Aunque había abandonado el trono de Suecia, Cristina no había dejado de lado sus aspiraciones políticas. Mantuvo una buena relación con el influyente y poderoso cardenal Mazarino, quien intentó ganársela en su lucha contra los españoles, ya que mantenía con ellos una larga y enconada contienda. Cristina decidió entonces apoderarse del reino de Nápoles, en manos de Felipe IV, así que buscó el apoyo de Francia. Cuando su proyecto fue descubierto por los españoles, mandó ejecutar por tres espadachines, en la Galería de los Ciervos de su residencia en Fontainebleau, al que creía culpable de haber revelado sus planes, Giovanni Monaldeschi, uno de sus colaboradores italianos. El drama impresionó vivamente a los testigos, pues la antigua reina de Suecia demostró una insensibilidad total. Monaldeschi le imploró en vano durante dos o tres horas. Pero fue ejecutado sin piedad. Todos quedaron impactados por su crueldad y su prepotencia, ya que, encontrándose en Francia, la ejecución de un traidor era competencia exclusiva del rey Luis XIV.


EN BUSCA DEL TRONO PERDIDO

Después de una corta estancia en Pésaro, volvió a Francia, que abandonó definitivamente en marzo de 1658, rumbo a Roma, donde se alojó primero en el Palacio Mazarino y luego en el Riario, en el Trastévere. Su situación no era cómoda: enemistada con el Papa y los españoles por el proyecto napolitano, los franceses tampoco le perdonaban el haberse tomado la justicia por su mano, en detrimento de su monarca. Para colmo, sus problemas económicos se agravaron, debido ahora a la guerra entre Suecia y Polonia. Gracias al apoyo del cardenal Azzolino, que se hizo cargo de sus finanzas, obtuvo una renta anual del Papa que le permitió mantener su ritmo de vida. Atenta siempre a la situación política planeó, incluso, convertirse en soberana de la Pomerania, en detrimento de su propio país y con el apoyo de Leopoldo I de Austria, pero la muerte de su primo Carlos X Gustavo, en febrero de 1660, que dejaba a un hijo de cinco años como heredero, le hizo pensar en volver a Suecia para hacer valer sus derechos al trono.


Cristina de Suecia por Juste d'Egmont


Rechazadas sus pretensiones por el Consejo de Estado, se retiró a Hamburgo, donde estuvo un año, intentando una liga europea que apoyara a Venecia en su lucha contra los turcos y poniendo orden en su situación financiera. También inició conversaciones con distintos soberanos para que los distintos credos cristianos se toleraran mutuamente, pero sin ningún éxito. En la ciudad hanseática estuvo en contacto con la comunidad sefardita allí establecida, iniciando a partir de entonces acciones a favor de que los judíos fueran admitidos en Inglaterra y en otras comunidades de las que habían sido expulsados.
 
Finalmente, en junio de 1662, volvió a Roma, donde se le dispensó otra entrada triunfal. Las tensiones que en ese momento vivían la Santa Sede y Francia, agravadas por una serie de incidentes diplomáticos muy de la época, le hicieron mediar en las mismas, con lo que se ganó los reproches de Luis XIV que, sin embargo, siempre consideró oportuno tener una aliada junto al Papa. Ella, por su parte, siempre recurrió al poderoso monarca cada vez que sus posesiones en Alemania se encontraban amenazadas por los virajes de la política exterior sueca o por el inestable equilibrio báltico. Fue una nueva crisis en este ámbito, unida a sus constantes dificultades económicas, lo que le obligó a emprender un nuevo viaje a su país, pasando otra larga temporada en Hamburgo, en la que el único lazo que la mantenía unida a la Ciudad Eterna era su correspondencia con el cardenal Azzolino, en la que expresaba su añoranza por Italia y su persona.


Fuentes:
http://es.scribd.com/doc/75591028/Dossier-064-Cristina-de-Suecia-Reina-y-Rebelde MORATÓ,CRISTINA. La Apasionante vida de siete Reinas de Leyenda. Suplemento Revista Hola BENNASAR, BARTOLOMÉ. Reinas y princesas del Renacimiento a la Ilustración. Ediciones Paidós Ibérica S.A. 2007

domingo, 21 de abril de 2013

CRISTINA DE SUECIA -Cuarta parte-

BOURDON, SÉBASTIEN. Cristina de Suecia a caballo. Datado en 1653. Museo del Prado, Madrid


 
PREPARANDO SU MARCHA DE SUECIA

En febrero de 1653, mientras esperaba que llegase el momento de su abdicación, Cristina inició los preparativos para abandonar el país. Preparó su equipaje y comenzó a empaquetar libros y manuscritos de la biblioteca real, que quería llevarse con ella. En verano se declaró un brote de peste en Estocolmo, y con esta excusa, la reina declaró que debía alejarse de la capital y que establecería su corte durante el invierno en Gotemburgo. Nadie conocía, salvo su fiel Pimentel, sus planes de convertirse al catolicismo y fijar su residencia en Roma. Con la excusa de amueblar su nueva residencia de invierno empezó a empaquetar la mayor parte de los tapices de la colección real y muchos de los tesoros artísticos que habían sido traídos de Praga. Este valioso cargamento sería transportado a Gotemburgo, pero Cristina nunca llegaría a instalar allí su residencia. Más tarde, la valiosa carga fue embarcada con destino a Amberes.

El 15 de febrero de 1654, la reina de nuevo convocó a todo el Senado en el alcázar y repitió que estaba dispuesta a abdicar y que su decisión era definitiva. “La verdadera causa –afirmó tajante- quedará clara en su momento, pero Dios la conoce ya”. A finales de abril, Cristina fue al palacio de Nyköping a despedirse de su madre, y allí también vio a Carlos Gustavo por última vez antes de la abdicación. El encuentro con su madre fue tenso y ambas discutieron de manera acalorada sobre religión. La reina madre criticó su decisión de abandonar el trono, así como los excesos y derroches de la corte. Cristina le dijo a su madre que no se inquietara por su futuro y que si bien perdía una hija, iba a ganar, en cambio, un hijo. Le rogó que amase al príncipe Carlos y luego llamó a este y le rogó que cuidase de su madre. No volverían a verse. María Leonor, tras la partida de su hija, llevaría una vida de total aislamiento en Nyköping. Moriría un año más tarde en Estocolmo. Sus restos mortales descansan en la iglesia de Riddarholmen, al lado de los de su esposo, que tanto amó.



 
LA ABDICACIÓN

La emotiva ceremonia de abdicación de la reina Cristina de Suecia tuvo lugar el 6 de junio de 1654 en Upsala, en el salón de actos del alcázar. Vestida de blanco, bajo el manto real en terciopelo púrpura, se despojó de sus insignias reales, ante la consternación y el dolor de los allí presentes. Como su ministro de Justicia, Per Brahe, no se atrevió, como era su deber, a quitarle la corona, ella misma lo hizo y la depositó en un cojín. Tras quitarse el manto real, Cristina se quedó cubierta solo por el vestido blanco, que le hacía aparecer, según los testigos, “bella como un ángel”. Tras una breve y sentida alocución de despedida, abandonó el estrado donde poco después era coronado el nuevo rey de Suecia, Carlos X Gustavo.




LEJOS DE SUECIA

Cristina abandonó a los pocos días su país montada a caballo y seguida por un pequeño séquito. Se hizo cortar el pelo, se disfrazó de hombre y tomó el seudónimo de conde Dohna. Era, al fin, una mujer libre de ataduras, dispuesta a disfrutar al máximo de su libertad y de una aventura que la convertiría en leyenda. Una reina sin corona ni tierra, una nómada que atravesó a galope Dinamarca, pasó por Hamburgo y Münster, y se instaló en Amberes. Desde allí pidió la intervención de Felipe IV para que el Papa le permitiese establecerse en Roma.

LA CONVERSIÓN AL CATOLICISMO

Durante la larga espera, Cristina negoció con el Papado las condiciones de su admisión en la Ciudad Eterna, lo que implicaba abjurar de su antigua fe. En la víspera de Navidad del año 1654, abrazó en Bruselas el catolicismo en presencia del archiduque Leopoldo y del embajador Antonio Pimentel, en una ceremonia casi secreta que Felipe IV se encargó de comunicar al papa Alejandro VII. La reina quería ir a Roma, pero se le hizo saber que para ello necesitaba haber abjurado públicamente, y como ya había salido de Bruselas cuando supo esta resolución del Pontífice, se dirigió a Innsbruck, donde, en la iglesia de San Pedro, ante el legado pontificio pronunció la ex reina de Suecia solemnemente, el 3 de noviembre de 1655, las palabras prescritas por el Concilio de Trento para la profesión de la fe católica.

La noticia fue recibida en Suecia con gran asombro y malestar. Nadie podía entender cómo la hija del “León del Norte”, el rey Gustavo II Adolfo, el paladín del protestantismo, hubiera abandonado su fe por la del enemigo. De Innsbruck, Cristina continuó su viaje a Roma por el Norte de Italia, acompañada del embajador Pimentel y de una corte y servidumbre alta y baja de más de doscientas personas, en la que sólo había cinco mujeres, tres religiosos y otros tantos músicos.
 



 
LA ENTRADA EN ROMA

Triunfal fue la entrada de Cristina de Suecia en Roma el 23 de diciembre, vestida de amazona y cabalgando a horcajadas sobre un caballo blanco, entre dos cardenales, siguiéndola todas las carrozas de la ciudad con los prelados, los nobles y los caballeros, que juntamente con el pueblo vitoreaban a la nueva católica. El papa Alejandro VII la recibió con los más altos honores. Embajadores, miembros de la nobleza romana y altos representantes de la Iglesia le dieron una cálida bienvenida. Los palacios romanos fueron ricamente engalanados para la ocasión y la gente abarrotaba las calles. El día se declaró festivo y los cañones del castillo de Sant’Angelo dispararon salvas en su honor. En la llamada Porta del Popolo se grabó, para la ocasión y en su honor, la leyenda “Por una feliz y auspiciosa entrada en el año del Señor 1655”.

El día de Navidad recibió de manos del Papa los sacramentos de la Confirmación y la Comunión, añadiendo a su nombre los de María Alejandra, de los cuales nunca usó el primero, pero sí el segundo, posponiéndolo al suyo algunas veces en la correspondencia oficial y en las medallas que mandó acuñar en Roma a varios artistas italianos. Tanto el Papa Alejandro VII como los cardenales y príncipes romanos, se desvivieron en agasajarla, regalarla y servirla. La Festejaron también con banquetes, comedias y saraos. La ex reina Cristina recibió muchos regalos como treinta caballos hermosísimos y ricamente enjaezados, enviados por Felipe IV de España. Ella escribió al monarca español una elegantísima carta y le mandó un espléndido retrato ecuestre suyo de grandes dimensiones, que hoy descansa en el Museo del Prado. La amistad entre el monarca español y Cristina de Suecia se mantuvo con nuevos regalos.


Palacio Farnesio

 

LA VIDA ROMANA
 
El palacio Farnesio, la nueva residencia de Cristina, se encontraba cerca del Vaticano. El duque de Parma lo había puesto a su disposición y era uno de los monumentos renacentistas más bellos de Roma. Incluso el gran Miguel Ángel había participado en su trazado. El palacio había sido abierto y amueblado para alojar a su nueva inquilina, que se instaló en las habitaciones que tenían vistas al Tíber. En las suntuosas galerías de este palacio, Cristina instaló todas sus obras de arte, procedentes de sus colecciones privadas. Cada miércoles se abrían sus puertas al público para que los habitantes de la ciudad pudieran admirar su magnífica pinacoteca.

Tras instalarse en el palacio Farnesio, Cristina comenzó una frenética actividad. Visitó templos e iglesias, así como los monumentos civiles más importantes de la capital. En todas partes era aclamada y honrada por la gente. Los pasillos del palacio se desbordaban de visitantes. Cardenales, nobles, diplomáticos, matronas romanas, todos querían presentar sus respetos a la célebre conversa. En poco tiempo, el palacio se convertiría en el centro de la vida cultural de la ciudad. Cristina de Suecia abrió su propia academia, donde una vez a la semana invitaba a intelectuales, sabios y filósofos a discutir temas universales. En sus salones ofrecía veladas literarias, representaciones teatrales y de ópera. La propia Cristina comenzó a tomar clases de canto con un conocido castrato, miembro de la orquesta de la capilla Sixtina.
 
En Roma, la ex reina sueca se convirtió en el personaje más célebre del momento. Todos se disputaban su presencia en fiestas y recepciones. Pero Roma era una ciudad cara y Cristina debía responder con igual fasto a la nobleza romana. En poco tiempo vio cómo sus arcas empezaban a menguar y le faltaba el dinero incluso para pagar a la servidumbre del palacio. Pronto serían habituales los robos de objetos de plata y antigüedades propiedad de Cristina. A falta de leña, algunos sirvientes comenzaron a quemar puertas y las maderas de las ventanas.


Alejandro VII

 
 
EL CARDENAL DECIO AZZOLINO

Para asesorarla en su nuevo ambiente, el Papa designó al cardenal romano Decio Azzolino, conocido por su amplia cultura y dotes diplomáticas. El cardenal era tres años menor que Cristina y se convertiría en su más cercano y fiel amigo. Una amistad que daría lugar a todo tipo de especulaciones. Parece que se trató de un amor completamente platónico y que Cristina se enamoró obsesivamente de él. El cardenal era uno de los líderes del llamado "escuadrón volante", un grupo de cardenales que deseaba mayor independencia política para el Papado de las influencias de Francia y España.

La franqueza y confianza con que Cristina empezó a tratar a Azzolino, movieron a su mayordomo mayor, don Antonio de la Cueva, a advertirla que los cardenales del escuadrón volante no eran afectos a la Corona de España, por lo que no debía de intimar con ellos. Cristina se identificó con la posición del grupo del cardenal Azzolino y fue dando pasos que la distanciaron de los españoles, como la colocación del retrato del rey de Francia en su sala de audiencias, sin duda, el peor enemigo de Felipe IV en aquel momento.


Cardenal Decio Azzolino


El comportamiento de la ex reina de Suecia obligó al embajador Antonio Pimentel a romper su amistad con ella y dejar de visitarla, no sin antes despedirse de ella oficial y ceremoniosamente. Habiendo llegado a oídos de Cristina las quejas y murmuraciones de los españoles, que ponían nota en su honestidad, aprovechó la ocasión para gritarle abruptamente al embajador: "Sois un pícaro gallina, ladrón, infame y mal caballero, y a no ser vasallo del Rey de España, a quien yo estimo tanto, hiciera con vos la demostración que merecíades. No parezcáis más delante de mí, ni ocasionéis se irrite más contra vos mi enojo". Dicho esto, le dio la espalda y se fue sin permitirle la menor réplica.

La relación entre Cristina y su corte de españoles se fue agriando paulatinamente, hasta el punto que Felipe IV terminó ordenando que se apartasen de ella los españoles a su servicio. Una ofendida Cristina se quejó al Papa del mal servicio de aquellos, a la vez que mandaba comunicar al rey de España, que si no fuera por su respeto, habría arrojado a alguno por la ventana.

La presencia de la extravagante Cristina muy pronto provocó tensiones en el Vaticano. Su comportamiento independiente y excéntrico resultaba inadmisible al Papa. Cristina paseaba por la ciudad en su caballo vestida de hombre, como era su costumbre, en vez de en el lujoso carruaje puesto a su disposición. No se confesaba, visitaba las iglesias como si fueran museos y no disimulaba la desaprobación que le inspiraban algunas practicas religiosas, como el excesivo culto a las reliquias. El Papa sugirió a la reina un cambio de actitud, pero esto no hizo más que reactivar su carácter indomable y rebeldía. Alejandro VII, que había creído que la conversión de la hija de Gustavo Adolfo era una señal divina, acabó diciendo de ella: “Mujer nacida bárbara, educada como bárbara y con la cabeza llena de bárbaras ideas”.

Fuentes:
MORATÓ,CRISTINA. La Apasionante vida de siete Reinas de Leyenda. Suplemento Revista Hola
http://es.wikipedia.org/wiki/Cristina_de_Suecia
http://atenas-diariodeabordo.blogspot.com.es/2013/01/cristina-de-suecia-y-descartes-2_6.HTML
http://www.cervantesvirtual.com/obra/la-reina-cristina-de-suecia-y-los-espanoles/
Algunas imágenes pertenecen a la película " La reina Cristina de Suecia" (1933) de Rouben Mamoulian

miércoles, 17 de abril de 2013

CRISTINA DE SUECIA -Tercera parte-



LA CORONACIÓN


El 20 de octubre de 1650, un soleado día de otoño, Cristina de Suecia fue coronada reina, con gran pompa y solemnidad, en la catedral de Estocolmo, y no en la de la ciudad de Upsala como era tradición. Se creía que el reinado de un soberano que fuese coronado en Estocolmo sería de corta duración. Esta arraigada superstición no impresionó a la soberana. Tras la ceremonia, la reina se trasladó al alcázar en una carroza tirada por cuatro caballos blancos que llevaban herraduras de plata. Allí se sirvió un espléndido banquete para invitados y autoridades, mientras, en la calle, el pueblo festejaba con bailes y asados un día tan señalado.
 
Ente los asistentes a la coronación se encontraba la reina madre María Leonor. Tras su llamativa fuga a Dinamarca, la viuda cambió en varias ocasiones de residencia, convirtiéndose allí donde iba en un invitado incómodo. Finalmente, su sobrino el príncipe Federico Guillermo acordó darle alojamiento en Prusia y Suecia le otorgó una pensión. En 1648 pudo regresar de nuevo a Estocolmo y ser testigo de la coronación de su hija. Se le asignó entonces, por órdenes de Cristina, el castillo de Nyköping como residencia.
 


por Jacob Heinrich Elbfas


 
LA MINERVA DEL NORTE

Desde que accedió al trono, Cristina de Suecia deseaba desarrollar la vida cultural de su reino, que había quedado muy dañada tras años de luchas religiosas, incluyendo la destrucción de obras consideradas católicas. La reina sueca adoptó el lema “la sabiduría es el pilar del reino” y comenzó su particular cruzada cultural. En el palacio de las Tres Coronas se celebraban entretenimientos cortesanos de alto nivel cultural, veladas musicales y literarias donde se hablaba de música, literatura y ciencia. Pero lejos de la pacífica corte de Estocolmo, a casi mil kilómetros, en territorio alemán, protestantes y católicos seguían librando encarnizadas batallas.
 
La guerra de los Treinta Años parecía no tener fin y seguía cobrándose víctimas. Cristina, heredera del liderazgo del bando protestante, solo deseaba que la guerra no se prolongase, y su intervención fue decisiva para que se alcanzase un acuerdo de alto el fuego. Su mentalidad abierta y proclive al diálogo no entendía la lucha sangrienta entre dos religiones. La firma de la Paz de Westfalia marcaría el apogeo de su reinado y Suecia se convertiría en una gran potencia europea.


Dumesnil, Pierre Louis. Descartes en la Corte de la reina Cristina de Suecia. Palacio de Versalles


El fabuloso botín procedente de la guerra marcaría el comienzo de la famosa colección de arte de la reina Cristina. Cuando las tropas suecas, comandadas por su primo Carlos Gustavo, entraron en el palacio real de Praga se apoderaron de todos sus tesoros artísticos, incluida la biblioteca imperial, que fueron trasladados a Estocolmo. Más de cuatrocientos valiosos cuadros, entre ellos, obras de los grandes artistas italianos de la escuela veneciana, pasaron a ser propiedad de la reina Cristina.
 
Si bien la situación del reino era precaria, debido principalmente a los gastos militares que implicaba ser una potencia, la reina no dudó en invertir grandes sumas en aumentar su colección de arte y su biblioteca, que pronto se convertiría en un punto de atracción para la mayoría de eruditos que visitaban el reino.
 
La fama de protectora de la cultura comenzó a expandirse y varios conocidos intelectuales europeos se interesaron en sus proyectos. Cristina vio la posibilidad de atraerlos a su corte mediante el mecenazgo. De esta manera, en 1649 había llegado a Estocolmo el intelectual francés René Descartes, con quien la reina mantenía correspondencia desde hacía cinco años. El frío de Estocolmo no le sentó muy bien al filósofo y matemático, que falleció allí, unos meses más tarde, víctima de una neumonía. Actualmente se sospecha que murió envenenado por arsénico.
 


En los siguientes años, Estocolmo y Upsala fueron recibiendo a filólogos, anticuarios, bibliotecarios, poetas, orientalistas, latinistas e historiadores. Suecia se había convertido, gracias a ella, en el centro del humanismo en Europa. La reina Cristina recibió el apodo de Minerva del Norte por su erudición e interés por las bellas artes. La soberana también apoyó el desarrollo del ballet y del teatro. Trajo a Estocolmo a compañías francesas, holandesas, alemanas e italianas, que presentaban sus ballets y pantomimas, además de óperas y piezas en sus propios idiomas. Su entusiasmo por el teatro lo manifestó la reina participando en una obra, en 1651, haciendo el papel de una camarera.
 
En 1652 la salud de Cristina se resintió y un médico francés, Pierre Bourdelot, fue llamado a Estocolmo para su curación. Bourdelot consiguió la recuperación de la reina y se transformó en uno de sus favoritos, lo que provocó recelos entre otros miembros de la corte. Finalmente, el médico abandonó la corte sueca y algunos favoritos reales dejaron de serlo.



 
IMPORTANTES DECISIONES

Además de su empeño en convertir Estocolmo en una nueva Atenas, la reina tenía inquietudes más profundas en el plano religioso. Se sentía católica de corazón pero luterana en su conducta. Sus desavenencias con las creencias protestantes, que cuestionaba sin límites, llegaron a oídos del bando católico. En 1650, Cristina, curiosa por naturaleza, departió ampliamente sobre teología con el jesuita Antonio Macedo, intérprete y director espiritual del embajador portugués en la corte sueca. En poco tiempo, este hombre se convirtió en su favorito y confidente. Macedo detectó enseguida la simpatía que la doctrina católica suscitaba en la reina de Suecia. Fue entonces cuando ella le pidió que deseaba tener en la corte a dos jesuitas que la instruyesen y le demostrasen la verdad de la fe católica.
 
El 7 de agosto de 1651, a los pocos días de su última entrevista con Macedo, la reina Cristina informó al Senado de su intención de abdicar. Afirmó que la decisión adoptada era la que mejor servía a los intereses del país y a los de Carlos Gustavo, y que ella estaba deseando dedicarse a la vida contemplativa. “Lo que vosotros necesitáis es un hombre, un capitán que en tiempos de guerra pueda cabalgar y luchar a vuestro lado en defensa del reino, algo que una mujer es incapaz de hacer”. La decisión de la reina de abandonar el trono no fue un acto precipitado, llevaba mucho tiempo madurando esta idea. Además de su admiración por el catolicismo, deseaba librarse de las obligaciones de la monarquía. Mientras ese día llegaba, Cristina mantuvo en su palacio largas conversaciones con los dos jesuitas enviados por Roma.



 
ANTONIO PIMENTEL

Por su parte, Felipe IV de España mandó a don Antonio Pimentel de Prado en calidad de embajador con la misión de conseguir que la reina se mantuviera firme en su decisión de abrazar la fe católica. Pimentel, hombre atractivo, seductor y dado a la galantería, pertenecía a una de las más ilustres familias del antiguo reino de León y era un militar de alto rango. Reunía todas las condiciones necesarias para adueñarse del ánimo y del corazón de la reina Cristina, y para contribuir al éxito con no menor eficacia que los jesuitas encargados de catequizarla.
 
Cuando el embajador español llegó a Estocolmo, a mediados de agosto de 1652, y presentó sus cartas credenciales a la reina de Suecia, se quedó gratamente impresionado por su arrebatadora personalidad. Al parecer, la atracción fue mutua, pues Cristina escribiría sobre Pimentel: “Traía la pasión meridional; tenía tal ardor que no me disgustaba; así se adueñó de mi corazón y me condujo a mi derrota”.
 
 
 
Antonio Pimentel, durante su larga estancia en la corte sueca, alcanzó los más altos favores de la reina, que le colmó de regalos; entre ellos, un carruaje magnífico y seis de los mejores caballos de las cuadras reales. Las correspondencias diplomáticas y las memorias de aquel tiempo dan testimonio de la influencia de Pimentel, que llegó a ser el confidente de los más íntimos pensamientos de Cristina, la cual no sólo le daba públicas muestras de su interés y su ternura, sino que también pasaba a solas con él largas horas del día y aun de la noche en secretos coloquios, según escribía a su Gobierno el Encargado de Negocios de Francia. En 1653, Cristina informó oficialmente a Felipe IV de su intención de convertirse al catolicismo y le manifestó su interés en fijar su residencia en Roma.


Fuentes:
http://es.wikipedia.org/wiki/La_reina_Cristina_de_Suecia
MORATÓ,CRISTINA. La Apasionante vida de siete Reinas de Leyenda. Suplemento Revista Hola http://www.elperiodicodehuelva.es/index.php/component/k2/item/11006-cristina-de-suecia-y-espa%C3%B1a
http://www.cervantesvirtual.com/obra/la-reina-cristina-de-suecia-y-los-espanoles/
Las imágenes en blanco y negro pertenecen a la película " La reina Cristina de Suecia" (1933) de Rouben Mamoulian

martes, 16 de abril de 2013

CRISTINA DE SUECIA -Segunda parte-


Tras apartar a la reina niña de su madre, se pidió a la princesa Catalina que viniese a residir, junto a sus hijos, al alcázar de Estocolmo. A sus diez años, Cristina regresaba junto a su querida tía, que cuidaría de ella hasta su mayoría de edad. Había pasado los últimos cuatro años a merced de los altibajos emocionales de su madre y se sentía aliviada de poder vivir con sus familiares palatinos. María Leonor fue obligada a marcharse al castillo de Gripsholm, una fortaleza situada a 60 kilómetros de la capital, y se le prohibió regresar a Estocolmo. Solo se le permitiría visitar a su hija durante tres semanas al año o antes si caía enferma.
 
Cristina viviría de nuevo en el palacio de las Tres Coronas, de Estocolmo, donde poco a poco comenzó a ejercer funciones oficiales. El tema del matrimonio de la joven reina ocupaba ya entonces la atención del Gobierno. Pero ella no parecía estar interesada en abandonar su soltería. Era, a decir de los que la conocieron, inteligente, curiosa y dotada de una memoria prodigiosa, pero tenía, como su madre, un carácter inestable y la describían como colérica, impaciente y desconfiada.
 
 
 
 
A los dieciséis años se había convertido en una joven de aspecto desgarbado, que vestía como un muchacho y aborrecía la compañía de las damas de la Corte, que tenían órdenes de espiarla y vigilar sus pasos. Ya desde su adolescencia prefería el trato y la conversación con hombres.
 
A pesar de sus excentricidades, Cristina de Suecia conocía a la perfección las reglas del juego de la política. En 1643 ya asistía al Consejo de Estado y antes de las sesiones estudiaba a conciencia el orden del día, intervenía y daba su opinión con buen criterio. A la vista de su madurez política e intelectual, los Estados Generales decidieron darle plenos poderes al cumplir los dieciocho años y no esperar a los veinticuatro, como estaba previsto.


castillo de Gripsholm



LA FUGA DE MARIA LEONOR


Mientras Cristina se preparaba para ser reina de Suecia, su madre protagonizó un escándalo del que se habló en todas las cortes europeas. A finales de julio de 1640 realizó una breve visita a Estocolmo y se mostró muy afable con los miembros del Gobierno. Luego regresó a su castillo y a los pocos días desapareció. María Leonor, vestida de campesina, se fugó del castillo de Gripsholm en plena noche, descolgándose por una ventana con la ayuda de una de sus damas de compañía.

Una barca que la estaba esperando la llevaría a la isla de Gotland, donde dos navíos de guerra de Dinamarca la conducirían junto a su anfitrión, el príncipe de Dinamarca. Al conocer la noticia, Cristina cayó enferma de tristeza. Se negó a comer y acusó al Gobierno de haber forzado a su madre a abandonar el país. Tardaría ocho años en volverla a ver.




REINA DE SUECIA

El 7 de diciembre de 1644, un día antes de cumplir dieciocho años, Cristina se sentó en el trono que una vez ocupara su padre. Ataviada con un gran manto en terciopelo rojo y, según testigos, bien peinada, lavada y empolvada (algo nada habitual en ella), aceptó la dimisión de los regentes y asumió la total responsabilidad del Gobierno de Suecia. Ambiciosa por naturaleza y segura de sí misma, estaba deseosa de asumir cuanto antes el poder, pues se sentía capacitada para gobernar. Aquel día prestó juramento, prometiendo sostener la religión luterana, apoyar al Senado, cumplir la Constitución y respetar los privilegios existentes hasta entonces. El comienzo de su reinado fue celebrado en todo el reino con enorme alegría.
 
La joven reina se sumergió de lleno en las tareas de Gobierno con una intensidad febril. Apenas dormía y se levantaba de madrugada para leer y estudiar. A los pocos días cayó enferma, víctima del agotamiento y la tensión nerviosa. Su ambición no conocía límites, ni tampoco su sed de alcanzar la gloria y grandeza fruto de sus propias hazañas, a imagen de su padre. Pero por su sexo, Cristina no podría librar batallas en el frente, aunque dejaría su huella y un gran legado en el ámbito cultural. Desde su llegada al trono reemplazó los torneos medievales y las bárbaras costumbres del Norte por espléndidas veladas musicales y animadas tertulias literarias.
 
 

 
SOLTERA EMPEDERNIDA

Aunque se sabía que la reina no tenía interés en contraer matrimonio, en su entorno se empeñaban en casarla cuanto antes, pues debía tener hijos que garantizasen la continuidad de la dinastía. Pero ella rechazó a todos los pretendientes, entre ellos, Federico Guillermo de Brandeburgo, Juan José de Austria (hijo natural de Felipe IV de España) y Juan de Portugal. De todos ellos, su primo Carlos Gustavo, hijo de su tutora y tía Catalina, era el candidato favorito. Aunque este joven, inteligente y emprendedor, le pidió en matrimonio en repetidas ocasiones, la reina se mostró esquiva.
 
Para acallar los rumores que circulaban en torno a su soltería, en 1649, Cristina reconoció ante el Parlamento que no estaba preparada para el matrimonio. Acostumbrada a mandar desde niña, no tenía entre sus planes someterse a la autoridad de un esposo ni compartir el trono con él. Finalmente, para solucionar el problema de la sucesión, nombraría heredero a su primo Carlos Gustavo.
 
 
Ebba Sparre


 
EBBA SPARRE

A la reina Cristina le atribuyeron muchos amantes masculinos; pero, según historiadores, la soberana sueca también sintió la tentación de Lesbos y durante un tiempo se rumoreó que su dama de compañía e íntima amiga, Ebba Sparre, era su amante. Hija del consejero privado y mariscal Lars Eriksson Sparre, la amiga de la reina era conocida por el sobrenombre de la belle comtesse, ya que era famosa en la corte por su belleza.
 
La mayor parte de su tiempo libre, la soberana lo pasaba en compañía de Ebba y a menudo llamaba la atención sobre la belleza de su amiga. Cristina la presentó al embajador inglés Whitelocke como su “compañera de cama”, asegurando que el intelecto de Ebba era tan extraordinario como la belleza de su cuerpo. La reina la casó con Jakob Kasimir de la Gardie en 1653, pero este matrimonio duró sólo cinco años y sus tres hijos murieron jóvenes.
 
Cuando Cristina dejó Suecia continuó escribiendo cartas apasionadas a Ebba, en las que le decía que siempre la amaría. La reina, sin embargo, usaba el mismo estilo y lenguaje cuando escribía a hombres y mujeres que nunca había conocido, pero cuyos escritos ella admiraba.



CRISTINA

A sus veintiséis años, la reina Cristina distaba mucho de ser una gran belleza. Aunque carecía de atractivos físicos, su reputación había adquirido tales proporciones que en toda Europa se hablaba de ella con admiración y gran curiosidad. Este interés por la reina luterana era especialmente intenso en la corte de Francia. A petición de la reina madre Ana de Austria, el diplomático francés en la corte sueca le envió un minucioso informe sobre la soberana, a la que califica como "un fenómeno". La describe como poco atractiva, pero de rostro muy expresivo, nariz aguileña, escasa estatura y complexión fuerte. Solía vestirse de manera masculina y un tanto estrafalaria, llevando zapatos de cuero negro, sin tacones.

Destacaba la resistencia física de Cristina, cuyas proezas en el campo podían causar la envidia del más experto jinete. Al parecer, era una buena amazona, y podía pasarse diez horas a caballo cuando participaba en una cacería y tumbar de un solo tiro a una liebre a la carrera. Ni el frío gélido ni el calor más sofocante parecían molestarla.





A la reina le gustaba la comida sencilla, dormía apenas cinco horas al día y no demostraba el más mínimo interés por sus vestidos ni por su aspecto físico. Se vestía en un cuarto de hora, y en las ocasiones más festivas, los únicos adornos de su tocado solían ser una peineta y una cinta en su cabello. No se preocupaba de su cutis y siempre llevaba la cara expuesta a la lluvia y al viento, sin una pizca de maquillaje. Cuando montaba a caballo, llevaba un sombrero con una pluma y vestía una casaca de corte masculino, con lo que era fácil tomarla por un hombre.

A pesar de su poco atractivo físico y falta de modales -cuentan que silbaba y blasfemaba como un soldado raso-, poseía un gran poder de seducción. Siempre le gustó rodearse de hombres atractivos, jóvenes y ricos, a los que dedicaba los más altos honores. El apuesto conde Magnus Gabriel de la Gardie fue uno de sus favoritos, y apenas comenzó su reinado le colmó de atenciones y distinciones. Una de ellas, y la más comentada en la corte, fue nombrarle coronel de la Guardia Real.
 
 
Fuentes:
MORATÓ,CRISTINA. La Apasionante vida de siete Reinas de Leyenda. Suplemento Revista Hola
BENNASSAR, BARTOLOMÉ. Reinas y princesas del Renacimiento a la Ilustración. Ediciones Paidós Ibérica, S.A., 2007
http://es.wikipedia.org/wiki/Ebba_Sparre
Imágenes pertenecientes a la película " La reina Cristina de Suecia" (1933) de Rouben Mamoulian

domingo, 14 de abril de 2013

CRISTINA DE SUECIA -Primera parte-

Retrato de Cristina de Suecia por Gustavus Hesselius


Conocida como la Minerva del Norte por su labor de mecenazgo, su determinación de no casarse, junto a la decisión de abdicar y convertirse al catolicismo, abandonando su país, convulsionó los cimientos de su reino. Nadie podría entender que la hija de Gustavo II Adolfo, el paladín del protestantismo, hubiera abandonado su fe por la del enemigo. Esta es la historia de una reina rebelde y enigmática que quiso ser libre, Cristina de Suecia.

 
SUS PADRES

Gustavo II Adolfo de Suecia había contraído matrimonio con la hermosa princesa alemana María Leonor de Brandeburgo el año 1620. Desde el principio, la reina consorte se mostró altiva y caprichosa frente a sus súbditos. Su amor por el lujo desmedido y ostentoso estilo de vida resultaron muy costosos para las arcas del reino. Cuando se trasladó desde Brandeburgo al palacio real de Estocolmo, la soberana llevó consigo un gran séquito, compuesto no solo por sus doncellas y damas de compañía, sino también músicos, maestros de baile, pintores, escultores y hasta ebanistas y tapiceros para que le confeccionaran el mobiliario de sus aposentos. La reina compartía con su esposo el gusto por la historia clásica, la música y la arquitectura. Sin embargo, este nunca le confió asuntos de política y la mantuvo alejada de todo lo concerniente al gobierno del reino.
 

María Leonor de Brandeburgo


Tras su boda, la reina María Leonor, que se mostraba muy enamorada de su esposo, comenzó a comportarse de manera irracional. Sabía que el rey tenía debilidad por las mujeres hermosas -llegó a tener un hijo con una de sus amantes, Margarita Slots- y se mostraba con él muy posesiva y controladora. Cualquier separación, por breve que fuera, se convertía para ella en una catástrofe y trataba de retener a su esposo con lamentos y reproches.
 
Al rey le atraía, sobre todo, la belleza de su escultural esposa, a quien hacía llamar junto a él incluso cuando se encontraba en el campo de batalla. Aunque existía entre ellos una gran atracción física, la reina tuvo problemas para tener descendencia. Tras un primer embarazo malogrado logró dar a luz, en 1623, a una niña que falleció al año siguiente.


El Tre Kronor ( Tres Coronas) de Estocolmo por Govert Dircksz Camphuysen



NACIMIENTO DE CRISTINA DE SUECIA


Cristina llegó al mundo el 8 de diciembre de 1626, en el palacio de las Tres Coronas de Estocolmo. Había nacido con todo el cuerpo cubierto de vello y una voz ronca y fuerte. Al ver todo eso, las comadronas creyeron que era un niño. Llenaron el palacio con sus errados gritos de alegría, que durante un tiempo engañaron al mismo rey. Se hallaron en un gran aprieto al ver que se habían equivocado. Apuradas, no sabían cómo decirle la verdad al monarca. Al rey Gustavo II Adolfo no le inquietó lo más mínimo el equívoco y al conocer la noticia, exclamó: “Confío en que esta niña me valdrá como un varón. Será astuta, porque se ha burlado de todos nosotros”. En cambio, a su madre, la llegada de una niña la decepcionó porque esperaba poder dar un heredero al trono de Suecia.
 
Como los astrólogos habían pronosticado que sería un varón, la decepción de la madre fue muy grande. Desde el primer instante rechazó a su hija y no encontró consuelo a lo que ella consideraba una terrible desgracia. María Leonor no entendía cómo siendo ella una mujer tan bella había podido traer al mundo a un ser tan feo y velludo, según sus propias palabras. La reina dejó a la recién nacida al cuidado de nodrizas y doncellas. Pero su desinterés llegó hasta el punto en que ni siquiera quiso asistir a su bautizo.
 
El abandono y la falta de cariño materno marcarían para siempre el carácter de la futura reina de Suecia. Su padre, en cambio, se sentía orgulloso de su pequeña, a quien con solo dos años llevaba con él a pasar revista a las tropas. Cristina no solo no se asustaba con el estruendo de los disparos de cañón, sino que aplaudía divertida. Al igual que sus súbditos suecos, admiraba a su padre, al que no encontraba ningún defecto y tenía idealizado.


Gustavo II Adolfo de Suecia



LA MUERTE DE GUSTAVO II ADOLFO


En 1627, Gustavo Adolfo, liderando al ejército sueco en la guerra de los Treinta Años, resultó gravemente herido y permaneció en Polonia durante varios meses. Hacía ocho años que Europa se encontraba inmersa en esta sangrienta guerra entre el bando protestante, liderado por el propio monarca, y los católicos. Por primera vez, el valiente soberano sueco temió seriamente por su vida y vio la necesidad de nombrar un sucesor. Cuando regresó de su convalecencia a Estocolmo, convocó a los Estados Generales, y el 24 de diciembre, los diputados proclamaron a la pequeña Cristina heredera al trono de Suecia. Antes de cumplir los seis años, la princesita se convirtió en soberana de los suecos bajo la regencia del canciller Axel Oxenstierna, hombre de confianza del monarca.
 
En noviembre de 1632, el rey de Suecia murió en la batalla de Lützen. Antes había dejado una orden expresa de mantener alejada a su esposa de los asuntos de Estado y de la educación de su única hija. Tras los primeros años felices de matrimonio, el rey se refería a ella como su “malum domesticum”. Y no se equivocó en su drástica decisión. La noticia del fallecimiento de su esposo agudizó aún más la débil salud mental de la reina María Leonor.
 
Los restos mortales de Gustavo Adolfo no fueron trasladados a Suecia hasta junio de 1633, porque la reina se pasó ocho meses velando el cuerpo embalsamado de su esposo. Desde ese instante, las relaciones entre la reina y el Gobierno comenzaron a ser muy tirantes. La inconsolable viuda, presa de una fuerte depresión, se negó a separarse del cuerpo de su esposo y retrasó varios meses su entierro. Cuando por fin se le pudo dar sepultura, en la iglesia de Riddarholmen, en Estocolmo, María Leonor permaneció varias semanas junto a la tumba.
 
 
Cristina de Suecia por Abraham Wuchters


UNA NIÑA PRODIGIO

Cristina nunca mostró interés por las tareas que le correspondían como mujer de alta alcurnia y repartía su tiempo libre entre la esgrima, la caza y la equitación. Su padre había ordenado darle una educación en todo viril y enseñarle todo lo que un joven príncipe debía saber. Cristina recibiría una esmerada y amplia educación, que incluía materias tan diversas como filosofía, historia, geografía, matemáticas, astronomía, teología, lenguas clásicas y modernas e incluso política. Su facilidad para los idiomas era extraordinaria. Además de sueco y alemán, hablaba con fluidez latín, francés, italiano, español, holandés y algo de hebreo.

Ya antes de cumplir los siete años, Cristina había comenzado a conceder audiencias y a recibir embajadores. En agosto de 1633, los rusos enviaron una embajada para testimoniar su pésame por la muerte del rey Gustavo Adolfo. Pese a su corta edad, la reina niña sorprendió a los ilustres visitantes mostrando un gran aplomo y precoz madurez sentada en lo alto del trono con la cabeza bien erguida.


Axel_Oxenstierna


LA VIDA DE CRISTINA JUNTO A SU MADRE

El canciller, temiendo que la inestabilidad emocional de María Leonor influyera en su hija, separó a la reina niña de su madre en 1636. Cristina fue puesta bajo la tutela de su tía la princesa sueca Catalina Vasa, hermana del difunto rey y casada con el conde palatino Juan Casimiro. Pero la reina viuda no estaba dispuesta a renunciar a su hija, y en ausencia del canciller, raptó a la niña y se la llevó consigo a su castillo de Nyköping, al sur de Estocolmo. Aquellos fueron días terribles para Cristina, que se vio arrastrada por la histeria de su madre a un duelo interminable y cruel.
 
María Leonor obligaba a su hija a dormir con ella en una cama incómoda y espartana, con el corazón del rey metido en un relicario de oro que colgaba en lo alto de la habitación. La reina había mandado tapizar de negro las paredes de sus habitaciones, incluso el suelo se cubrió con paños oscuros en señal de luto. Amargada y deprimida, se sentía humillada por haber sido excluida de la regencia. Todo el odio y el rencor que tenía recaían sobre su hija, que solo encontraba sosiego en sus estudios y en el trato con su preceptor, Johannes Matthiae.
 
 
Castillo de Nyköping
 

Cuando el canciller Oxenstierna regresó a Suecia en ese mismo año de 1636, lo primero que hizo fue decretar la separación de Cristina de su madre. La excusa para tomar esta decisión fue que la reina estaba llevando a su hija por malos derroteros y acostumbrándola a mirar con desprecio a los suecos. Pero había otras poderosas razones. Excluida de cualquier participación en el Gobierno y abandonada a sus propias ideas e intrigas, la reina viuda estaba cayendo bajo la influencia danesa y prestando oídos a las insinuaciones de casar a Cristina con Federico, el hijo de Cristian IV de Dinamarca. Este monarca, acérrimo enemigo de Suecia, tras la muerte de Gustavo Adolfo, acariciaba la idea de unir a los tres reinos escandinavos bajo dominio danés.


Fuente:
MORATÓ,CRISTINA. La Apasionante vida de siete Reinas de Leyenda. Suplemento Revista Hola
Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...
Trust Rating
Biz Rating
75%
Loading
mujeresdeleyenda.blogspot.com.es
CloseClose

Texto original